me guiña un ojo casi imperceptible -con precisión de segundo- sobre el espejo en que nos medimos las arrugas, yo vencido, y ella seductora, inmaculada, vencedora inconsecuente. su presencia no tiene remedio en mis mañanas, horas llenas de nada que busca ser fértil, busca acariciar y aferrar, susurrar y morder. ella solo devuelve la más pálida de las mejillas, cortante como hoja sin mella. su desdén es etéreo y frio. me ignora ruidosamente. con pulsante constancia me ignora. entre neurona y ventrículo llevo su nombre. recito devoto sus títulos y espero -de nada sirve adular-. se sienta frente a mí, en mi mesa, en mi casa, y me niega -arrogancia…